Conciencia en Educación, la relación del alumno - profesor

En medio de un tremendo esfuerzo nacional por mejorar la calidad de la educación, todavía queda mucho por decir y hacer respecto al ámbito íntimo y trascendente entre el educador y su alumno, entre cada uno y si mismo, espacio en donde ocurre finalmente el proceso de Educarnos, de realizar cada uno lo mejor de si, asistidos del vínculo significativo con otro que puede conducirnos de menos a más, de la oscuridad a la luz, de la ignorancia a la comprensión, de la limitación a la oportunidad.

Sin duda son muchas las cosas que un docente, ha de tener en cuenta para desempeñar su oficio, generalmente en contextos y ambientes en donde le resulta muy difícil disponerse a hacerlo, encontrar conducción, apoyo o colaboración. Es mucho también lo que se espera de ellos: que dominen el proceso pedagógico, desde sus expresiones más transversales, hasta aquellas más específicas, y lo más trascendente, que conjuntamente con aquello, consigan efectivamente encender en sus alumnos protagonismo y autonomía progresivas sobre su proceso educativo y, en definitiva, sobre sus propias vidas.

No es el caso presentar otra expectativa más respecto a la tarea del Educador, por el contrario, proponer una oportunidad para activar lo que, estando ya presente en él -pero adormecido-, le posibilita recibir más, más de si mismo, de sus alumnos, de sus apoderados, de sus colaboradores, construir una oportunidad para estar en mejores condiciones de elaborar lecturas enriquecidas de la realidad, y llegar a disponer de recursos personales para resolver en la contingencia del aula y del proceso de cada estudiante.

Efectivamente es posible actualizar una facultad, una cualidad del funcionamiento, que permite mirar con más agudeza, recibir con más amplitud, comprender de un modo más integrado, en definitiva actuar con mayor Conciencia, y no perder la perspectiva del gran objetivo que se persigue, junto a los estudiantes y sus familias, a través de las acciones del cada día en la sala de clases y fuera de ella. Se trata de amplificar de manera práctica la cobertura de nuestra percepción, más allá del dominio intelectual, se trata del Despertar que con esta estrategia se hace posible.

Los Docentes, igual que los Padres, disponen de la oportunidad de brindarse a su oficio abordando el desafío de seguir aprendiendo, junto con los alumnos, siendo protagonistas de su propio proceso como educadores, tal como se espera que los alumnos sean protagonistas de su proceso educativo, y cuanto mejor para el resultado, si lo hacen desde el mayor grado de libertad que ofrece el experimentarse en presencia de si mismo, en Conciencia de Si, porque así se dispone de una retroalimentación constante y autónoma, que guía y acompaña permanentemente, entregando nutrición y motivación esencial.
Los responsables de Educar, no solo los docentes, también los padres, las autoridades, los adultos en general, tienen la oportunidad de ser una referencia significativa para sus alumnos, que sea más que una declaración verbal, más que un mero concepto, que sea en verdad un hecho real: participar de encuentros, de vínculos, que sirvan como contexto para el proceso educativo, que ofrezcan, al alumno y al educador, la oportunidad de experimentar momentos y cualidades que favorezcan la Presencia de cada uno en su vida, y poder conducir desde una mayor lucidez el proceso de aprender y desarrollarse en plenitud, progresando, en todos los ámbitos, desde la infancia e inmadurez, hacia la Madurez y la Individuación.

Cuando el niño/a o en el joven, tiene la oportunidad de ser tratado desde el reconocimiento de lo suyo trascendente, relevante, significativo, que es Ser, accede a experiencias de encuentro, intimidad, unión, certeza, que favorecen el re-conocimiento de su propia Identidad, entendida ésta como una experiencia de si y no como un conjunto de ideas acerca de como soy, debería o me gustaría ser.

Cuando sistemáticamente ofrecemos a los alumnos/as la oportunidad de vivir momentos de una mayor Conciencia, en el sentido de una percepción ampliada de sí, que faculta funcionalmente para recibir, contener y conducir la profundidad de la Vida, se está trabajando, concretamente, para la realización de objetivos transversales de la Educación: Autonomía, Respeto, Solidaridad, Compromiso, Identidad, Autoestima, por ejemplo, y para el despliegue de cualidades y condiciones básicas para el proceso pedagógico: atención, concentración, disposición, pro-actividad, libertad del pensamiento (pensamiento crítico, divergente, creatividad), por ejemplo.

¡Que lejos parece la búsqueda de esta clase de experiencia dentro de la dinámica del aula!. Sin importar si el colegio es particular, subvencionado o municipal, de excelencia, emergente, o francamente malo, se echa de menos algo más, algo mejor, ahí en la sala de clases, entre el docente y sus alumnos, que los transforme en maestro y aprendiz, y luego también entre los alumnos, y entre los profesores, que los disponga a ser auténticos compañeros de viaje. Los niños, los jóvenes sienten esta falta, igual que la siente el profesor, y sus vidas reaccionan: niños desmotivados, inquietos, conversadores, contestadores, a veces agresivos, disruptivos, sin interés profundo por aprender, por descubrir, por emprender, profesores que agotaron su motivación, desvitalizados, a la defensiva, haciendo sin involucrarse, con temor, cansados, estresados, o al otro extremo: "buenos alumnos que no molestan", profesores haciendo y haciendo sin estar ahí primero para recibir, o colegios saturados de actividades.

Lo mismo pasa en las familias, de cualquier modo que estén constituidas, con más o menos recursos, encontramos muchas veces distancia, aislamiento, soledad, superficialidad en el contacto, no llegamos a satisfacer esa necesidad íntima de ser vistos, recibidos, atendidos en lo que somos más allá de los que parecemos, justo ahí, en las relaciones más tempranamente significativas, y nuestras vidas reaccionan: descontento, desilusión, depresión, estrés, violencia, enfermedad.

Muchos no querrán reconocerse en esta condición, lamentablemente, porque hacerlo es el único punto de partida para aprender: reconocernos ignorantes, carentes, necesitados, hambrientos de un cambio, de alcanzar un nuevo aprendizaje. Desafortunadamente somos los adultos, los responsables, los que más le hacemos el quite a este trance de ignorancia, a este momento de humildad, tan necesario para crecer y aprender, y nos aferramos a lo ya sabido, a lo que ya dominamos, por más pobre y limitado que sea, enmoheciéndonos de cuerpo y de alma.

Se ve en los padres que "traen" a sus hijos a la consulta para ser atendidos, ayudados, casi nunca se traen a sí mismos como parte de un sistema que necesita transformación.
Se ve en los colegios -donde he sido alumna, profesional y apoderada- le cuesta mucho a la institución y al docente verse a sí mismo, y considerarse parte de la solución, al involucrarse más sinceramente como parte de problema. El colegio tiene sus planes y programas, sus estrategias, pero no se cerciora del efecto real que éstos tienen sobre sus alumnos, generalidades, grandes números y plazos impiden ver a las personas en su expresión más sutil y trascendente. El docente no se hace cargo, en toda su dimensión, de la influencia que irradia sobre sus alumnos, no lo percibe siquiera como algo posible, real, que está ocurriendo, se deja fuera; materias, evaluaciones, normativas de convivencia, les impiden ver el dinamismo funcional de los alumnos y el de ellos mismos, y una categoría de obligaciones de menor jerarquía se impone como urgencia impostergables y eterna, frente a la que no sabemos cómo remontar. Esto es válido para los adultos en general, no solo los docentes, porque este fenómeno es cultural, está inscrito en nuestra manera de vivir, y se expresa tanto en Educación como en Salud, Familia, Comunidad, en todos los ámbitos donde hemos aceptado vivir la parte por el todo, lo aparentemente urgente por lo importante en verdad, priorizando la materia por sobre nuestra esencialidad. Cualquiera que ha llegado a un extremo sabe que esto es así, y que la oportunidad es renunciar a lo viejo, volver a ser ignorantes, vaciarnos para recibir, situarnos junto a otros para volver a aprender.

Por esto puede ser tan propicio este momento de movilización social, donde el descontento va dando paso a una voluntad de gestar un cambio, una transformación que va haciéndose más desde un con-senso que desde un con-pienso, es decir, desde un común censar lo absurdo del modo como las cosas están. Se hizo notar desde Educación, pero está latiendo en muchos otros ámbitos también, es la fuerza no de una idea, la idea acompaña y va cambiando, precisándose, enriqueciéndose, pero la fuerza, la vitalidad proviene de la pasada a primer plano de la experiencia, insufrible, que muchos más están dispuestos a reconocer.

Cuanto más nos podamos acercar a recibir el efecto que en nuestra vida tiene la manera como vivimos, como funcionamos, antes de volcarnos a la lectura intelectual, antes de reemplazar el mapa por el territorio, más cerca estamos de sintonizar con una categoría de oportunidades muy diferentes, la que surge desde el Despertar de la Conciencia, entendida funcionalmente como amplificación de la percepción, la des-identificación del Yo con la función intelectual, y la experiencia más directa del Ser en la continuidad Todo-Uno.

Están vibrando algunas condiciones que nos disponen y favorecen para este cambio más profundo y definitivo, que habría de llevarnos más allá, mucho más allá del "éxito" o la "calidad de vida" tal como hoy la concebimos, la anhelamos y la sufrimos, hasta alcanzar oportunidad real, práctica, para experimentar la más alta expresión de lo propiamente humano: Justicia, Armonía, Libertad, Unión. No obstante, aún cuando esto no se manifieste en lo inmediato como fenómeno social, como cambio cultural, nacional o planetario, siempre puede ocurrir en aquellos que tengan la oportunidad de conocer y practicar esta comprensión, que no es en absoluto algo nuevo, aunque nos sorprenda, y de hecho existen experiencias vigentes que así lo manifiestan.

P. González - 2011

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