Integración Evolutiva, (en torno al tema Mapuche)

Octubre martes once

La manifestación de nuestra insuficiencia esencial que se evidencia a través del “tema mapuche”.

Carlos Aldunate del S.[1] sostiene que sobre la base de los desarrollos locales, al sur del Itata y hasta Maullín por el sur, en Chile, catalizado por la inundación hispánica, brota una etnia, como respuesta ante una amenaza cierta para lo esencial de sus existencias.

La manera de salir a encontrarse con el entorno, con sus propias vidas, su contacto con la realidad, era cuestionado en el implícito, más allá de todo dicho. El modo de integrar lo trascendente era discutido, se proponía otro modo como superior (hasta hoy en día).

Frente a esto ¿qué decir?, ¿qué haría cada uno de nosotros si aquella certeza de realidad que empleamos desde siempre se nos obliga a renunciar? Los salvadores realmente piensan, están convencidos, que nos están civilizando, que están contribuyendo en lo fundamental para nuestras existencias, y eso, lo peor, ignorando el daño que producen.

El desarrollo de la tecnología nos lleva a pretender una superioridad que en lo efectivo nos distingue, en un plano que no garantiza, sin embargo, que en el Todo de la cuestión signifique verdadera prosperidad.

El “hombre de la tierra”, el hombre que logra sostener un contacto con la realidad, no puede sino participar de una comprensión en la vida donde la materia y lo trascendente coexistan en el proceso, determinando que los proyectos emprendidos atiendan órdenes de necesidades distintas y complementarias que se modulan entre sí. En el equilibrio está el punto, y para ello, conciencia es necesaria.

En Chile, hoy día son muchas las manifestaciones que reclaman por una conducción más conciente e integradora de la realidad. El reconocimiento para una dimensión de la existencia donde efectivamente todos somos uno y hermanos, de manera oficial, es, aunque parezca utópico, lo único a realizar para resolver el estado de perturbación en que nos encontramos, por la insistencia en pretender administrar las respuestas de lo humano desde una matriz que rechaza la vida en mucho de lo esencial, que no sea todo, para aquel mínimo como para caer en cuenta, por lo inteligentes que podemos y nos corresponde ser, que el reclamo del joven, del guerrero mapuche, de todo guerrero de la luz, es porque se necesita otra matriz, no la misma, y para el bien de todos.

Las reacciones valientes, no siempre todo lo armoniosas y luminosas que todos quisiéramos, pero es una gracia levantarse y sostenerla en el tiempo, más de 500 años los mapuche y otras etnias en territorio chileno y americano, cinco meses en lo contingente los estudiantes.

Es toda la cultura, en salud, los enfermos por la falta de conciencia necesaria para cuidar los cuerpos en los que vivimos, para cuidar lo sutil, el alma, lo divino que nos anima.

Si parece que la realidad resultara insuficiente para establecer su existencia -en relación a lo divino-, para muchos, no sé si para todos, pero los suficientes para que la dinámica en la cultura los excluya como principio.

Esta es la misma falta de conciencia que se observa para comprender qué es lo que ha de ser educado, atendido, formado, cultivado, en un niño que está siendo adoctrinado para comprender de un cierto modo la existencia, para conocer la realidad, donde los atributos cualitativos se pierden detrás de la enseñanza “cognitiva”, una educación sin conciencia del alma.

El pueblo mapuche no renuncia a su alma, a una matriz donde la existencia integra la dinámica de lo trascendente al cotidiano, su percepción está habilitada para recibir más sensiblemente el todo, siempre en términos generales, pues hay chilenos más mapuche, y mapuche muy chilenizados. E punto es que no podemos ser dos pueblos, debemos ser un solo pueblo, mejor que cada uno de los dos por separado, uno que exhiba desarrollo, evolución. No podemos más ya ser ricos o pobres, debe incorporarse como principio oficial, formal, estampado en la constitución que todos somos, en un otro plano de existencia, energía sutil, que cuando se asume funcionalmente, la jerarquía de nuestra observación se ajusta y la visión que surge da para distinguir aquello que por ahora, y debido a nuestra ignorancia, reivindicamos como lo más esencial de cada uno, por tanto, nos perturba la reivindicación como esencial de lo distinto en el otro.

Alcanzar el plano ecléctico, donde más allá de la distinción específica legítima, nos permita encontrar lo común de nuestros reclamos, podría ojalá, así Dios lo quiera, conducirnos a proponer dinámicas integradoras.

En verdad pedirle al gobierno, a los políticos, depender de un afuera, es una trampa, la verdadera oportunidad surgirá cuando, como interpreta Fromm de Marx, el ser humano recupere valor en su relación con los objetos con los cuales se vincula, cuando aquilatemos -especialmente los más serios e inquietos por las utopías- el poder que salir a encontrarnos más despiertos con cada día, en todo momento, podrá generar en la convivencia, una influencia viva.

Muchos de los rituales que precisamente las culturas ancestrales incluían e incluyen en sus hábitos, procuran influir la cualidad en la percepción de los participantes, para despertarlos, y ponerlos en contactos más misteriosos y creativos de la existencia. En la actualidad, están disponibles muchas herramientas, cuando no siempre todo lo rigurosos sus usos, para prosperar en la capacidad para incluir en la conciencia órdenes de información más integrados que acerquen el todo a nuestro cotidiano.



[1] En el capítulo XVI, Estadio Alfarero en el Sur de Chile (500 años antes de Cristo a 1800 después de Cristo) del libro: “Cultura de Chile, prehistoria, desde sus orígenes hasta los albores de la conquista”. Editorial Andrés Bello.

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