El árbol de la ciencia del bien y el mal


Un ser humano debe funcionalmente, para operar ligado a un grado de integración esencialmente suficiente como para cautelar la libertar del espíritu, situarse trascendente al contexto donde los contrarios son los protagonistas, y el bien y el mal van y vienen en la conciencia.
Es claro, cuando el desarrollo del individuo alcanza la madurez, como el bien y el mal es trascendido como atributo objetivo de una cosa, conducta, pensamiento o de alguna manifestación de la vida, y pasan a ser las relaciones establecidas por ese individuo con cada objeto, con cada cosa las exigidas para ser o no conducentes y entonces “buenas o malas”. El ser humano recupera la potencialidad valórica, ya no es el objeto el que posee la capacidad en si de valer, manteniendo sus propiedades, y será el uso,  la responsabilidad, la capacidad de relacionarse el sujeto lo que otorgará lo bueno o lo malo. El observador, ya en otra jerarquía que incluya al propio observador como objeto de estudio recupera un contacto con lo sutil, con la vida y se habilita para tener una perspectiva panorámica, inclusiva, contemplativa que lo faculte para salir de la trampa de la ignorancia, de la ilusión, del pecado original. La soberbia que pretende imponer una construcción de realidad elaborada desde la subjetividad, nos sume en la ilusión, en la desconexión, en la enajenación, en la neurosis, en la desesperanza, en el sinsentido, en la inseguridad eterna, pues dicha construcción se ve permanentemente amenazada por la realidad propiamente tal, que cada día está menos dispuesta a ser soslayada. En estas condiciones, la vida no se siente, nos vinculamos con ella a través de la producción simbólica, y si se siente es impregnada de angustia y frustración ante la impotencia de no haberla neutralizado.
La vida espiritualizada en la conciencia, trascendente al funcionar egótico, relativiza el bien y el mal y exige de la ética para conducir y administrar grados de libertad superiores. La perspectiva a la que se accede con el trabajo espiritual, permite reconocer de manera efectiva como es que más allá de los prejuicios y de las inercias las potencialidades pueden ser encausadas de modo conducentes, y aquellas tradicionalmente connotadas como peligrosas, dañinas o malas, pueden llegar a constituirse en oportunidades para prosperar. La apertura perceptual, sin contexto ni conducción, resulta ser disfuncional para un sistema individual, familiar o grupal, dando pie a lecturas y situaciones que terminan patologizando y pervirtiendo esa cualidad de la percepción. La misma apertura en presencia de destrezas y experiencias, pueden convertirse en el inicio para un camino de prosperidad y realización. Lo malo, ni lo bueno, existen realmente, son construcciones pretendidas por la soberbia que la ignorancia genera y perpetúa. La humildad, cuando se reconoce la existencia trascendente a la construcciones subjetivas de nuestro intelecto, lejos de restar, le abre a todo ser, la instalación realizada en la vida, con un protagonismo enriquecido, después de salir por esta vía de la jaula en la que la norma ha decidido operar desde mucho, desconectada, desligada del flujo creativo donde viajamos.
 Amar a dios por sobre todas las cosas, primero, antes que nada, cautelando el rigor epistemológico de nuestro contacto, de nuestra observación. 


25 de diciembre del 2012 


Comentarios